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Leccion Numero:
Lección Nº 8
1. ¡ABANDÓNENSE!
Cedidos como esclavos de la Esclava, abandónense en el Confiable.
No es lo mismo Abandono que indolencia.
Abandono es descanso activo, para ser y hacer, según la fuerza que soporta, hace y da.
Indolencia es pasividad inócua y estorbosa a toda fuerza. Por tanto frustante desatino.
Abandono, en Mí, es confianza.
Indolencia es lo contrario.
El abandono, en lo de Dios, deja que Dios haga, con los elementos existentes y usando sus disposiciones esenciales.
La indolencia frustra el plan de Dios, porque le niega los valores y aptitudes personales.
María es modelo de abandono; más no de indolencia.
Por eso es Abandono absoluto; no absoluta indolencia.
2. ¡VIVAN!
Sean Vivientes, les he dicho. El viviente se nutre con los elementos y sustancias que dan vida. Se nutre de la Vida y de ello deriva su vitalidad y su eficacia propias.
Nadie ni nada vive para nada. Nadie ni nada es nutrido para nada.
El que vive, vive para dejar que la vida se prolongue y se proyecte.
La prolongación y proyección de la vida son los frutos.
Por eso, nadie que vive es infructuoso, a menos que traicione como los abortadores, su misión y su destino.
3. DEN FRUTOS concordantes.
El Viviente da frutos que lo identifican, que son concordantes con su esencia y con su estirpe.
El hombre da hombre no flores ni racimos.
El árbol da frutos y da flores no da hombres. Y así es todo.
Pero, el fruto respectivo lleva en sí, todas las posibilidades, características, fuerzas y carismas que son propios.
El hombre está hecho a nuestra imagen y semejanza, lo han oído, y, ser así, tiene y produce consecuencias que, al no darse, contradicen, estropeando el plan de Dios.
El plan, para ustedes, es dejar a Dios estar en ustedes y hacer desde ustedes; pero no por su capricho, sino con la libre decisión de ustedes. Tal es el libre albedrío que, a la vez, es el riesgo que tienen de hacer el mal uso del bien que con frecuencia hacen.
Ustedes, pues, los de mi Orden, ya van comprendiendo qué es lo que Yo quiero y qué es ser hechos a mi imagen y a mi semejanza.
Tienen que ser manantiales de Dios, sí míos son. Esto es: tienen que dejar fluir, en ustedes y nutrirse ustedes del agua viva que Nosotros damos y que fluye y lleva hasta la Vida Eterna.
Tienen que ser frutas -semillas de Dios con todas sus realidades y sazón, para ser, dar y merecer.
En ustedes va, en germen, el plan sabio y fecundo del que Es, para hacer el orden de felicidad y amor que solo el cielo da, esto es, el que Es el cielo: Dios.
Porque, como ya se los he dicho, sí Yo no Soy o Yo no estoy, cielo no hay y, por lo tanto, el cielo y Yo Somos uno mismo. El cielo Soy Yo. Yo Soy el cielo.
Pensar en el cielo es pensar en mí. Buscar el cielo es buscarme a mi. No hay otro cielo que Yo, ni otro paraíso.
La tragedia de Adán y Eva, de sus primeros padres, no fue perder un sitio; sino perderme a Mí. Esto es, salir de Mí; por hondísima ruptura insondable, inmedible e inexplicable por ustedes y para ustedes.
He ahí; por qué el pecado original es doloroso apartamiento, lejanía de Dios, distancia inexplicable y honda y amarga, para ustedes. No es solo imaginación ni espejismo de algo imaginario; sino una realidad ontológica tremenda.
Para que lo entienda: Adán y Eva se apartan del otro lado de un abismo. Y allí se instalan con sus descendencias. El abismo es la muerte transitoria con todas sus consecuencias: soledad, tristezas, rencores, odios, frustraciones.
De un lado, y lejos de ellos, he quedado Yo, que Soy el Reino, el Cielo, el Paraíso, Dios.
Del otro lado está el destierro, el valle de las lágrimas, la tierra en que discurren con todos sus amargos esfuerzos para arrancarle frutos.
Para retornar, hay que pasar un puente individual, no colectivo. Cada uno debe emprender, a costas personales, el viaje de retorno; pero de uno en uno.
Por eso, el sello de Adán es este y estas son las consecuencias. Todos los desterrados hijos suyos, que son todos, sufren las consecuencias del destierro, del desarraigo del Reino, de la ausencia de Dios, en el país de su destierro.
Y todos, absolutamente todos, a excepción de María, la Inmaculada Concepción llevan esta marca.
María, por gracia especialísima del que lo puede, fue formada del lado acá, en nuestro Reino, en Nosotros, para poder asimilar el Don.
He ahí, por qué, si Ella, en su libre albedrío, no acepta ser la Madre, en la forma conocida y revelada, ninguna otra lo habría sido; porque nadie otro ha nacido ni nacerá en esa forma.
Ser de mi Orden, de esta Orden, pues, es, a manera de María, disponerse, voluntariamente, a merecer el Don. Es aceptar, con sumisión de esclavos, la entrega, el depósito de la Palabra, para su encarnación personal, con fines redentores. Es dejarla enraizar y crecer, dentro de las íntimas intimidades del ser de cada uno y darlo, sin reticencias ni adulteraciones a su debido tiempo, cuando Él, como el fruto maduro y en sazón, se desprenda, por sí, de la matriz espiritual, para dar las consecuencias y producir los efectos de su presencia en el medio o en los medios histórica, social y geográficamente señalados.
Esto es recibir, vivir y dar a Jesucristo, el Salvador.
Esto no lo podrán hacer; si como María no son. Si no enraizan en Ella, en su cuerpo místico de Esclava de Dios, por amor y voluntaria sumisión. Al Cuerpo Místico Mío, de Yo, el que Soy, no se llega en verdad, si no es a este precio y de este modo:
Como María y, por ende, en la esclavitud de Ella.
Dar "frutos concordantes, en resumen, es:
Aceptar el Señorío del que Es, de Jesucristo, el que Vive, el que es Vida, el Único, el Señor, el Santo de los Santos, Dios, el Único.
Y, cuando esto ocurre el que obra es Dios, el que Es, el que lo puede y lo hace todo según su poder, plan y beneplácito.
Por hoy basta.
Bendiciones.
Bendiciones.
Bendiciones.
8:40 a. m.
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